Opinión

La casa de la Condesa

Domingo, Marzo 12, 2023
Leer más sobre Ignacio Esquivel Valdez
Una historia que se entreteje en una vieja casa estilo Art Nouveau
Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas
La casa de la Condesa

Jazmín bajó desde la planta alta a la sala como si tuviera alas en los pies, por la emoción que le provocaba el tratar un asunto con su madre Rebeca, quien se encontraba regando con calma sus plantas ahora que disponía de tiempo debido a su recién iniciada jubilación.

—Hola mamá, ¿qué vas a hacer esta tarde? —preguntó Jazmín sin poder ocultar su entusiasmo.

—Nada en particular, ¿por qué?

—Es que —Jazmín se interrumpió así misma sin poder ocultar entusiasmo y cierto nerviosismo y luego continuó —te quiero presentar a mi novio, le he pedido que venga hoy mismo a las cinco de la tarde.

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¡Vaya! —contestó Rebeca interrumpiendo su labor y dirigiendo la mirada hacia su hija le dijo —tanta formalidad me asombra, ya no es costumbre en la gente de tu edad.

—¡Mamá! 

—Está bien, lo recibiremos sin mayor problema, pero ¿quién es?, ¿en dónde lo conociste?

—En la universidad, cuando comenzaron las clases virtuales por la pandemia, hicimos equipo para las tareas y nos quedábamos en las videollamadas platicando y así nos dimos cuenta que nos gustábamos. Ahora que ya me puede visitar, él quiso venir a presentarse contigo.

—Pues ya tiene un punto a su favor, lo recibiremos con una taza de café.

Jazmín sonreía complacida e ilusionada, nunca había tenido novio y con este evento le quería demostrar a su mamá que haría lo necesario por hacerla sentir tranquila en esta nueva etapa de su vida, ya que siempre habían sido muy unidas. A las cinco en punto, el timbre sonó y Jazmín saltó desde el sillón donde aguardaba la llegada de su galán. Al abrirse la puerta, dos sonrisas se encontraron.

—¡Hola, preciosa! —saludó Román tomando de las manos a Jazmín.

—¡Hola! Mi mamá está en su recámara, voy a avisarle, pasa por favor y ponte cómodo, estás en tu casa.

Román entró y tomó asiento en el sillón de la vieja casa estilo Art Nouveau. Por un instante pensó que el aire le era familiar, pero desechó cualquier idea. El recorrido ocular sobre los detalles de las protecciones con formas de enredadera con hojas se interrumpió con las risas de las visitadas quienes no podían ocultar su complacencia. Bajaron las escaleras y se encontraron con el joven.

—Mamá, te presento a Román, mi novio —inició Jazmín.

—Mucho gusto señora.

—El gusto es mío. —El semblante de Rebeca cambió notablemente en ese momento y luego se dirigió a Jazmín. —Hija, ¿quieres traer el servicio de café?  Pero, por favor dispón del juego de tazas que tengo guardadas en la vitrina, pero los lavas y secas.

La chica los dejó solos sin reparar lo extraño del en pedido de su madre. Rebeca no dejaba de mirar al muchacho con una ceja levantada. Al quedar solos y sabiendo que Jazmín tardaría, Rebeca dijo:

—De modo que te cambiaste el nombre.

—¿Perdón, señora?

No hay necesidad de fingir entre nosotros, bien lo sabes.

Román juntó sus manos por detrás mientras buscaba algunas palabras con los ojos hacia arriba y mirando los espléndidos detalles del salón, contestó:

—Veo que finalmente conseguiste la casa que tanto querías, justo la que te hacían soñar cuando paseabas con la corte de don Porfirio, mientras que, en tu doble faceta, proveías de papel a los Flores Magón y te escribías cartas con Carmen Serdán.

Rebeca giró rápidamente la cara para responder.

—¡Vaya! Mira quien habla de dos caras, aquel que seducía jovencitas ingenuas y también fue encontrado en el baile de los cuarenta y uno.

—Veo que conservas ese espíritu rebelde e indomable, que tantos problemas te ha traído.

—Sabes que no soy de los que dan la espalda cuando me piden ayuda, como lo hiciste en la noche de Tlatelolco o en los trabajos de rescate del 85, ¡cobarde!

—Tú sabes que lo hice por ti, no negarás que yo te cuidaba.

—Y te cobrabas los favores.

—Nunca antes lo viste así, siempre la pasamos bien desde que supimos quiénes éramos.

—Deja de mencionar esos ayeres y dime, ¿a qué has venido? ¿Cuáles son tus intenciones?

—Tranquila —dijo ahora frotándose ahora las manos- —Debo decir que esto no fue planeado así.

—No puedo creerte conociendo tus nefastas mañas.

—¡Vamos! No solías tener esa opinión de mí.

—El tiempo no pasa en balde, por eso decidí crecer con mi edad, en otras palabras, hice lo que tú nunca hiciste, maduré.

—Yo pienso que más bien los fracasos en tu papel de abogada de las causas imposibles, son los que te abrieron los ojos, querida.

—Al menos supe aprender de mis errores y con ello tuve el valor para envejecer.

—Pero, ¿cuántos años tienes y cuántos aparentas?

—Bien sabes que tenemos los mismos años, a menos que me hayas mentido desde la primera vez, como el cínico que eres.

—Estás equivocada, soy alguien que disfruta el momento y toda la vida ha sido mi momento para gozar de los placeres de una buena comida, un buen vino o una mujer hermosa.

—Pero el hecho de que podamos envejecer y vivir a voluntad no te da derecho a ser un aprovechado, sino que es un don que debe ser usado para algo trascendente y dejar un legado honorable, ¿qué has dejado tú? 

—Dímelo tú, no negarás que eras feliz.

—¿Feliz? Ciega que fui y ahora quieres otra víctima con mi hija.

—Bueno, lo de tu hija es una desafortunada coincidencia, la verdad no creí volver a verte, pero si ese tu reclamo, no la volveré a tratar.

—No solo es mi reclamo, es una justificada exigencia.

—Pues que así sea, pero serás tú la que debe decírselo, no yo.

—Solo que no le diré toda la verdad.

—¡Vaya! Pensé que haríamos lo correcto. ¿No es lo que me estabas pidiendo?

—No puedo hacerlo, sería una doble decepción.

—¡Ah, caray! Ahora sí no te entiendo-. Una sincera sorpresa lo hizo buscar la mirada de Rebeca, quien se volteó hacia la ventana para calmar su exaltación, debía hacer un enorme ejercicio de autocontrol ya que escuchaba que su hija terminaba su encargo, se había prometido no contar a nadie sobre su rara condición, así que tenía solo un par de segundos para reaccionar. Girando rápidamente, su rostro de mujer madura clavó una punzante mirada en los ojos de Román.

—La primera razón es que ella no debe saber de nuestra condición, a menos que la haya heredado, para eso falta tiempo y la segunda y principal es que ella no puede tratar contigo como hombre porque ¡tú eres su padre!

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