Opinión
Diario de trabajo: 8 de marzo
Lo escribí hace dos años y el año pasado, y ahora lo repito: por más que cuestionemos algunas expresiones de las marchas del día de hoy, no podemos permitir que la condena a dichas expresiones reste legitimidad a la lucha de las mujeres contra las múltiples formas de violencia que padecen. Incluso, si esas expresiones nos parecen violentas, independientemente de las posibles filtraciones porriles que las atraviesan, lo que tenemos que entender, como lo subrayó Scheler en su El resentimiento en la moral es que el resentimiento es resultado de los agravios no resueltos.
Y en este país hay mucho resentimiento por todos los agravios no resueltos. Otra cosa es utilizarlo para ganar legitimidad, como lo hace López Obrador. No, la polarización del país no nació este sexenio: años de estigmatización, racismo, pobreza, injusticia, violencia, hacia los más desposeídos no podían arrojarnos a otro espacio social que el de la fractura. Lo novedoso de nuestra situación hoy es el recurso a esa polarización como el principal cimiento del ejercicio de gobierno.
Tampoco dudo que muchos grupos utilicen cualquier manifestación como estrategia política para golpear a su adversario, pero no distinguir entre esos grupúsculos y el legítimo derecho de todos los partidos políticos, clases sociales o credos religiosos, a manifestarse en el espacio público en contra de una situación que nos toca a todos, solo puede ser producto de la miopía intelectual y la mezquindad moral. Por otra parte, no puedo sino rechazar las agresiones, las vergonzosas agresiones, contra la ministra Piña como el ejemplo más acabado de la barbarie que vivimos, pero esa sí fomentada desde las propias cloacas del poder político.
Una de las grandezas de la democracia descansa en la posibilidad de encontrar los más elementales puntos de acuerdo, independientemente del lugar que ocupemos en el espectro político e ideológico (cfr.: J. Rawls, Pluralismo político).
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El gran reto de México sigue siendo construir un país en el que quepamos todos, pese -y gracias- a nuestras diferencias, y pese a la conflictividad que esas diferencias generan en el espacio público. La aspiración a una sociedad ideal- incluyendo la transformación del hombre- ha sido el sueño de todo régimen totalitario, y su deriva, las peores pesadillas de la historia.
J. Canales
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