Opinión
Elección sin competencia
El debate se mantiene enhiesto. De un lado está el gobierno y los grupos aliados que a toda costa buscan encender el ánimo de los votantes. En el otro extremo, en la oposición, están divididos.
Unos apuestan por no asistir a las urnas, y de esa manera manifestar el rechazo a una elección en la que no participan los partidos políticos, no hay competencia electoral, no se acaba de entender qué es lo que se vota, y lo más importante: nadie demanda la revocación.
La revocación puede ser un buen instrumento para deshacerse de los malos gobernantes, pero no es el caso particular de López Obrador. Además, en la región es un recurso empleado en regímenes de muy mala fama: Venezuela y Bolivia.
El Presidente promueve su propia revocación seguro de que tiene el control de todo. Sabe que aún en el peor escenario no pierde un ápice de su poderío; la ruta elegida le redundará mayor legitimidad, y desde allí, con la mano en la cintura, le cortará la cabeza al INE, como ya anunció hacer.
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He aquí la quinta esencia de la concentración de poderes en una sola mano, y de anular los órganos constitucionales autónomos, que hacen de muro de contención ante las ocurrencias autoritarias.
Nadie quiere que el Presidente se vaya. Lo manifiestan todas las encuestas nacionales levantadas al respecto, por casas respetables como el diario Reforma y El Financiero. En promedio, entre seis y siete de cada diez, quieren que el presidente López Obrador siga en el puesto.
En un extremo a la oposición están los que insisten en la importancia de manifestar el rechazo en las urnas y alientan a votar. Consideran que se trata de una buena oportunidad para manifestarle al Presidente que no lo quieren y que se debe ir.
Allí se encuentran los seguidores de FRENA. Algunos panistas fuera de la esfera del PAN, y de otros grupos exaltados que con candidez suponen que pueden hacer la magia y sacar al Presidente. Uno de ellos es un viejo político chapulín y enemigo de López Obrador: Demetrio Sodi.
Creen que de no ir a votar es tanto como soltarles el cucharón, dejar la puerta abierta para que gobierno y Morena maniobren a sus anchas. A espaldas de la vista de todos. Como no hay competencia de nada, los órganos judiciales están ausentes.
Especulan que el día de la elección movilizarán a la población cautiva de los programas sociales; los llevarán a las urnas a sufragar por la permanencia. El gobierno y el Presidente se levanten con la bandera de que la gente quiere que sigan, ya juntos o separados. Pero que sigan.
Otro sector de la oposición que está a favor de acudir a las urnas lo justifica con el argumento de que hacerlo es defender al Instituto Nacional Electoral (INE), de la embestida gubernamental de la que es víctima.
En ese tenor, el Presidente ya anunció que enviará una iniciativa al Congreso para que el INE o el nuevo ente que en el futuro haga sus funciones, sea encabezado directamente por el pueblo.
Lo explicó de esta manera: que sea “el pueblo el que elija a los consejeros electorales y a los magistrados. De manera directa. Para garantizar que no haya consejeros que no tenga vocación democrática.”
O de plano no se entiende de lo que trata el gobierno, su organización y funcionamiento, o se trata de otro acto de humor, o de plano de una falta de respeto a la población.
El caso es que la población se mantiene ocupada debatiendo sobre un asunto innecesario, que no reditúa nada, salvo para el gobierno, que de nuevo se sale con la suya desviando la atención de los grandes problemas nacionales. El gobierno dejó de gobernar para concentrarse en lo que le sale: la propaganda política.
El país, en tanto, sigue con sus baños de sangre en Michoacán, Zacatecas, Morelos, Guerrero; los cientos de miles de desaparecidos cuyas familias son abandonadas a su suerte; los grupos criminales tienen medio país bajo control; las tortillas ya se venden en 20 pesos; el desempleo cunde por todos lados; en el gobierno sólo se aceptan a incondicionales de Morena dispuestos a trabajar no en el desempeño del puesto, sino en los programas partidistas. Como lo hace en este momento toda la estructura de los tres niveles de gobierno.
Chayo News
El municipio poblano que encabeza el panista Eduardo Rivera inauguró un conjunto de esculturas en la calle peatonal 5 de Mayo. Tradicionalmente esa calle se mantiene tomada por los mal llamados vendedores ambulantes, restándole belleza a las portadas de los edificios barrocos que la circundan, testimonio incontestable de una época de abundancia.
El otro día la caminé a las ocho de mañana hasta el templo de San Antonio. Embriaga un sentimiento que convoca pertenencia.
Pero también es cierto que los vendedores que la toman lo hacen en un acto de sobrevivencia ante la incompetencia de gobiernos sucesivos de organizar un programa de desarrollo económico, con justicia social, en el que quepamos todos. El comercio informal es el principal muro de contención de la delincuencia, entonces no es para tomarlo tan a la ligera.
El caso es que en ese corredor de esculturas de “grandes personalidades” difuntas conviven, por ejemplo, la escritora Elena Garro (La culpa es de los tlaxcaltecas) y el periodista Javier López Díaz. Más allá de los afectos y el cariño, la pregunta es inevitable, y es inevitable porque atañe al público.
¿Su desempeño y conducta como periodista, lo hace merecedor a ocupar el lugar que le ha sido dispensado? En otras palabras, ¿su desempeño en los micrófonos impulsó o retuvo los cambios políticos y sociales en la ciudad? ¿Con él se tuvo o no se tuvo una sociedad mejor informada?
Puebla vive transiciones y esas transiciones, cuando son de adeveras, se manifiestan en el lenguaje cotidiano, pero también y de manera destacada, en el paisaje público.
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