Opinión

¿Qué hace la filosofía?

Domingo, Febrero 12, 2023
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La filosofía permite recorrer el mundo; hace posible trayectos nuevos
Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.
¿Qué hace la filosofía?

Existe en filosofía una aparente división del trabajo entre quienes se dedican a su historia y quienes se dedican a sus problemas. Los primeros son lectores e intérpretes: de Aristóteles, Kant, Hegel… Los segundos se complacen en llamarse propiamente filósofos porque tratan problemas: el ser, la materia, la verdad. Pero esta división solamente nombra dos momentos de un mismo trabajo. No existen problemas fuera de todo contexto. Los contextos proveen los elementos y las relaciones de todo asunto que nos compete. La mirada histórica hace visibles las transformaciones de los contextos, lo que proporciona los términos de lo que constituye un problema, pero también los entramados de los problemas, incluidas, especialmente, sus consecuencias.

La filosofía está constituida por el retorno de los problemas. Constituyen a la vez su interés y su asedio. Pero dicha relación posee una trayectoria sobre la que la filosofía vuelve. La filosofía es siempre filosofía de problemas (en estética, en lógica, en metafísica, etc.) y filosofía de la filosofía. ¿Qué es un problema? Una perplejidad que descubre un campo. Es decir, algo oscuro, algo discontinuo, una opacidad, una contradicción, un comportamiento sorpresivo, una paradoja. Pero pleno de consecuencias: para la justicia, para la vida en común, para el esclarecimiento del mundo. Es una perplejidad donde todo se juega. Pero hay más.

Un problema filosófico constituye un campo. Eso quiere decir que los problemas no son aquí del mismo tipo que un problema aritmético, por ejemplo, que admite una solución. En este sentido matemático podríamos apelar más bien a una función. Podemos encontrar diferentes valores que la satisfagan. Pero lo que importa es el campo de todas las soluciones posibles. Un problema filosófico, de manera análoga, convoca un haz de soluciones. Entendamos por solución no la desaparición del problema, sino el hecho de investigar, hasta sus últimas consecuencias, cada uno de los modos de mirarlo. El problema es un campo de potencialidades, si se quiere, un terreno fértil que convoca a resoluciones.

La filosofía tiene problemas. En todos los sentidos. Pero los problemas la tienen a ella también. En vilo y desvelo. Pero ella es, ante todo, problema para ella misma. De ello depende no sólo su tarea y su actividad, sino también lo que entienda por problema. Por tanto, ella se juega su destino entre la continuidad y la discontinuidad. Un corte absoluto (si fuese posible) destruiría la filosofía. Una continuidad simple, la haría repetitiva hasta la trivialidad. No tiene sentido preguntarse “¿qué es la filosofía?”. Ello significaría suponer que hay una definición válida para siempre. Pero no preguntárselo no es tampoco ninguna solución. Es más bien el modo de abordar el asunto lo que contará. Preguntarse por el “qué” suele dejar de lado la pregunta por el “cómo”. Y la filosofía no tiene un qué independiente de su cómo; es decir, todo objeto incluye su modo de considerarlo. La filosofía es siempre lo que hace. En ese su hacer está su tarea, su esfuerzo y su obsesión. Preguntar “qué es algo” nos remite al género y a la especie. Por ejemplo: Laika pertenece al género de los animales y al género perro. Tiene su sitio en una estructura en una red de relaciones. La filosofía, en cambio, avanza por las redes como una araña por las telarañas. No sitúa las cosas, sino que recorre las estructuras donde las situamos.  

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Que la filosofía “haga” cosas significa que no deja las cosas como las encuentra. Pero tampoco se las inventa. Se mueve en el borde del descubrimiento y la invención. Stricto sensu no inventa. Descubre. Pero no descubre sin deformar, porque todo “hacer ver” implica resaltar una perspectiva. Es, por tanto, re-conformación y repliegue del espacio del mundo. La filosofía permite hacer cosas, pero no es una herramienta. No se le toma y se le suelta como un martillo o una pinza. La filosofía piensa y permite pensar. Hace pensar y da qué pensar. Piensa los asuntos y piensa el pensar. Piensa las cosas pensándose y se piensa a través de las cosas, los eventos y los asuntos. La filosofía no es una herramienta; tampoco lo son nuestro pensar y nuestro lenguaje. No están a nuestra disposición y capricho. Ahí vivimos y tejemos. El hacer filosófico es más bien un dejar suceder. La filosofía vale entonces por lo que permite que tenga lugar.

Ese hacer-posible requiere una construcción. La filosofía produce para que algo suceda, para que algo se pueda ver, para que podamos reflexionar ahí. Construye el espacio de despliegue de los asuntos que nos atañen urgentemente. El filósofo no se sienta a contemplar las inmensidades fuera del punto singular de la existencia donde debe enfrentar la crueldad y la estupidez. Propia y ajena. Si se aleja o si se acerca, es para ver mejor. Pero no puede contentarse con tomar una sola dirección, un solo patrón, una lógica o un procedimiento. Si no va y viene, no anda y si no anda, no recorre el espacio donde emergen los problemas.

La filosofía recorre el espacio donde surgen los problemas. Recorre los problemas como espacios. Y produce un espacio para recorrer los problemas. Con el fin de recorrer el mundo de otro modo. Lo que arma es un espacio conceptual. No produce tal o cual concepto, sino haces de conceptos. Un paisaje conceptual. Los paisajes conceptuales están hechos de conceptos y relaciones entre ellos. De conexiones que liberan caminos. Caminos donde se puedan pensar los asuntos. Donde las cosas puedan llevarse a sus límites. Dichos paisajes pueden llamarse diagramas. Los diagramas poseen elementos icónicos, elementos indiciales (de índice) y elementos simbólicos, por usar la clasificación clásica de Peirce. Es también este último quien nos invita a hacer diagramas para hacer experimentos de razón. Un diagrama es un mapa. Un mapa está hecho para recorrer el espacio. No lo representa. Preserva elementos estructurales, pero también lo produce para hacer ver algo en particular. Las proyecciones que realizamos del globo terráqueo en el plano (y que llamamos mapamundi) pueden respetar formas o las distancias o proporciones, dependiendo de la mirada, del punto de proyección de la luz. Qué se respete dependerá de lo que se desee hacer: navegar los mares, establecer fronteras, calcular áreas. Para explorar, para invadir, para defenderse. Las proyecciones, como la filosofía, son teórico-prácticas.  

La filosofía permite recorrer el mundo. Hace posible trayectos nuevos. Privilegiamos siempre la línea recta. O hacemos rodeos para llegar al mismo punto del que partimos. Pero la filosofía, en tanto producción de trayectos o de espacios donde se realicen otros caminos, se orienta siempre a la diagonalidad. Descubre, sí, cómo estructuramos el mundo. Usualmente en oposiciones: ser-pensar, cuerpo-mente, verdadero-falso. Usualmente, de manera discreta: el ser no toca el no ser, sino que constituyen un espacio de dos puntos. Usualmente, bajo una lógica dual y excluyente: o esto o lo otro, pero ni los dos al mismo tiempo, ni un tercero. Usualmente, en el dominio de lo discontinuo: átomos, elementos. Pero una y otra vez, partiendo y repartiendo sin apercibirnos de ello. La filosofía hace ver las divisiones del mundo, los territorios. Pero no está ahí para eso. No solamente. Es un prerrequisito para hacer algo más: para ofrecer trazos nuevos. Dialéctica es el nombre clásico que se da a la inestabilidad de las particiones y reparticiones del mundo. A la vitalidad de los bordes, las fronteras, las distinciones. Atiende, entonces, sí a las diferencias, pero en plural. Y atiende, sobre todo, a las diferencias que hacen la diferencia, como dice Bateson.  

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