Opinión

Pasajes de la vida privada (Parte II)

Martes, Febrero 21, 2023
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Gabriel Sánchez Andraca me obsequió un ejemplar de una crónica que me trajo recuerdos
De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho. Compañero editorial de Pedro Angel Palou. Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava
Pasajes de la vida privada (Parte II)

En el nunca siempre suficientemente alabado libreto de Herman Mankiewicz, tras la muerte del gran magnate de la prensa, un reportero del diario New York Inquirer entrevista a su asistente Bernstain, sobre la misteriosa expresión pronunciada antes de sobrevenir el deceso.

Caracterizado en la cinta de Orson Welles por el actor Everett Sloane, el asistente de Kane dice al reportero: “acaso se haya tratado de una mujer”, y ante la incredulidad de su interlocutor, aquél señala: “es usted todavía muy joven, no sabe lo que un hombre es capaz de recordar, hace años en un crucero vi a una joven que vestía de blanco, sólo fue un instante y creo que ella ni siquiera se percató de mi presencia, no obstante no hay alguna ocasión cada mes en que su imagen no acuda a mi recuerdo.”

En días recientes leí una crónica de Guillermo Tardiff Blanco, uno de los legendarios articulistas de El Universal desde los días en que “El Gran Diario de México” era dirigido por su fundador, don Félix F. Palavicini, y que culmina con una reflexión que permite rememorar la alocución expresada por Everett Sloane: “los recuerdos tienen como los sueños una velocidad desorbitada, nadie sabrá cuántos años de recuerdos caben en un minuto de meditación.”

Gabriel Sánchez Andraca tuvo la gentileza de obsequiarme un ejemplar de la crónica en cuestión sobre la pintoresca figura de un comerciante de Chilapa, Guerrero llamado Suplicio Bobadilla, dado que es sabedor del trato que tuve años atrás con Donato Miranda Fonseca, “el ministro del odio” (él mismo así se presentaba), y fue precisamente el entonces joven Donato el que se erigiría en enlace entre el comerciante y el escritor.

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Crónica que me evocó entre muchas otras cosas las remembranzas de mi abuela sobre su hermano Ángel Irigoyen, muerto siendo un joven abogado egresado de la entonces Escuela Nacional de Jurisprudencia al referir: “En la mañana a que me he referido salíamos de la clase de Sociología que daba el maestro Antonio Caso”;  y, asimismo, al referirse a María Luisa , la entonces joven novia de Miranda Fonseca, me hizo recordarla cuando tuve el justo y el honor de haber sido invitado a su mesa, cuando ya habían recorrido juntos el sinuoso camino de la vida.

Al extenderme tan peculiar obsequio, Gabriel Sánchez Andraca señaló el gusto por rasguear la guitarra y por cantar con buen sentido de la entonación que, como uno de los rasgos distintivos de la personalidad de Donato Miranda, destacaba el autor de la reseña; al momento y antes de emprender una lectura que me resultó por demás emotiva y evocadora, me adelanté a decirle: “y su canción preferida era Hoja Seca de Roque Carbajo”.

Tan lejos de ti, me voy a morir.
Tan lejos de ti, me voy a morir.

Entré a esta taberna
tan llena de cosas,
queriendo olvidar,
pero ni las copas
señor tabernero,
me hacen olvidar.

Me salgo a la calle
buscando un consuelo,
buscando un amor,
pero es imposible,
mi fe es hoja seca
que mató el dolor.

No quiero buscarte
ni espero que lo hagas
pues ya para qué...
se acabó el romance,
mataste una vida,
y acabó un amor.

Si acaso mis ojos
llenos de tristeza
pudiera llorar,
pero es que en mi vida
yo nunca he llorado
por ningún querer.

Ya que es imposible dejar de quererte,
señor tabernero,
sírvame otra copa que quiero olvidar.

Me salgo a la calle
buscando un consuelo,
buscando un amor,
pero es imposible,
mi fe es hoja seca
que mató el dolor.

No quiero buscarte
y espero que lo hagas
pues ya para qué...
se acabó el romance,
mataste una vida,
y acabó un amor.

Si acaso mis ojos
llenos de tristeza
pudiera llorar,
pero es que en mi vida
yo nunca he llorado
por ningún querer.

Ya que es imposible dejar de quererte,
señor tabernero,
sírvame otra copa que quiero olvidar.

Mi muy estimada y querida amiga Guadalupe Pérez Miranda solía invitarme a los convites organizados por su abuelo en su casa de San Ángel a los que, en un principio, era recibido con cierta distancia dado que, siendo originario de Puebla, el anfitrión rememoraba que, a su parecer, al menos, Díaz Ordaz le había arrebatado con malas artes la nominación presidencial que, como cercano amigo de Adolfo López Mateos a él habría correspondido por principio de cuentas.

En días recientes, leí el formidable reportaje “Hasta los confines de la tierra a la caza del chacal” del británico David Yallop y recordé que, precisamente por aquellos días, se suscitaron los terribles atentados en los aeropuertos de Roma y de Viena que la prensa internacional atribuyó al líder libio Muamar el Gadafi, y en el que cayera abatido nuestro agregado militar en Roma, el General Roberto Miranda, tío de mi amiga Guadalupe, por lo que vi en la triste necesidad de extender el respectivo pésame a la familia. Agradezco mucho a Gabriel Sánchez Andraca su invaluable obsequio; no cabe duda, como lo afirma el personaje creado por Herman Mankiewicz, lo que puede recordarse en un breve momento puede resultar inimaginable casi para cualquiera.

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