Opinión
La participación de las mujeres en la vida ritual
Dedicado a la Voladora, María Rita Torres Mérida.
Descansa en paz
Hablar de rito implica hablar de diversidades, y es que, independientemente del contexto o del grupo étnico del que se trate –mestizo, indígena, afromestizo u otro–, el ser humano practica ritos por naturaleza. Si bien es una forma de comunicación, el rito es mucho más que ello. De entrada, hay que recordar que es un concepto polisémico, es decir, que tiene diferentes connotaciones dependiendo las disciplinas o enfoques con los que se aborde. No obstante, y dejando a un lado las formalidades de la academia, encontramos que la sociedad mexicana es eminentemente ritualista; nuestra vida cotidiana está cargada de rituales. El contexto urbano o rural, así como las condiciones imperantes de un lugar a otro, lejos de acabar con los ritos, genera formas variadas de participación en los mismos. Recordemos nuestros días en periodos pandémicos.
Esto nos induce a cuestionarnos cuál es la relevancia del rito o la finalidad del mismo, es decir, en qué radica su importancia para nuestras sociedades. Una posible respuesta radica en el hecho de que, si bien hay muchas prácticas en el día a día, en el caso del rito el trasfondo es una incesante necesidad por encontrar eficacia simbólica a través de una serie de actos repetitivos, con códigos precisos que son reconocidos sólo por aquellos que comparten la misma filosofía de vida, cosmovisión, ontología o cultura. Aquellos que identifican ciertos elementos en las acciones de alguien más, es porque reconocen dichos códigos socialmente establecidos. Los rituales son ejes comunicativos y de socialización comunitarios; son también, formas de cohesionar lazos en las sociedades siempre cambiantes, siempre diversas entre sí. Aunado a todo ello, hay que ponderar que los ritos son también formas de resistencia de las diversidades culturales.
Si bien todas y todos somos partícipes en distintos tipos de ritos, resulta de particular interés destacar el papel de la mujer como un agente social crucial para mantener y practicar los ritos. Se trata del papel crucial y matricial de la mujer para la supervivencia de los ritos. Es decir, de las comunidades. Y por “comunidades” hablamos de las múltiples comunidades de las que todas y todos formamos parte. Es decir, los distintos espacios en los que socializamos, y no sólo del espacio de residencia. Ahora bien, esta interpretación del papel protagónico de la mujer en la supervivencia de los ritos no excluye a los varones, aunque también hay que señalar que hay ciertos ritos en los que los hombres ya no son partícipes y son las mujeres quienes sostienen dicha práctica cultural. Regresando al punto inicial, las acciones y el involucramiento femenino no sólo es mayoritario en relación a los varones, es sobre todo, significativo. Reparemos en unos ejemplos.
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En muchas de las religiones mundiales, por ejemplo, la participación femenina es más acentuada que la masculina. Así ocurre en México, donde lo mismo en las ciudades que en localidades rurales, es posible reconocer frecuentemente que la mayoría de quienes participan en algunas actividades rituales son mujeres y no hombres: por ejemplo, en una misa católica en la ciudad de Guadalajara o en un rito chamánico en una comunidad indígena de la Huasteca, muchas veces participan más mujeres que hombres. Lo mismo ocurre si reparemos en una boda o en unos quince años; en dicho acto hombres y mujeres participan, pero las mujeres son, sobre todo, aquellas encargadas de generar lazos a través del rito y, con el paso del tiempo, sostener dichas relaciones sociales. Así se va generando comunidad. La diversidad de ocasiones es inmensa y, por supuesto, existen ritos en donde la mayoría de los participantes son varones o donde tienen parte activa tanto hombres como mujeres, pero en términos generales parece cierto que —acaso por su papel en la socialización, endoculturación y transmisión de valores culturales a sus hijos— tradicionalmente las mujeres participan más que los hombres en las prácticas rituales. Por ello consideramos que es crucial el papel de las mujeres en el rito.
A pesar del papel fundamental de la mujer en la puesta en marcha de los ritos como mecanismos de cohesión de las relaciones sociales, y (re)generación de comunidades, al mismo tiempo, sin embargo, la mujer suele no gozar de los mismos espacios, oportunidades, libertades ni derechos que los varones. En las religiones predominantes en el mundo —abrahámicas (cristianismos, islamismos y judaísmos) y dhármicas (budismos, hinduismos, jainismos)—, las mujeres suelen ocupar un papel subordinado o secundario en la organización eclesiástica y en los oficios rituales. En algunos casos, incluso, la participación femenina en los ritos está simplemente prohibida o limitada al papel pasivo de observadora. En la religión católica, por ejemplo, sólo los hombres son sacerdotes y sólo ellos ocupan cargos de gobierno de la iglesia, mientras que las mujeres ocupan exclusivamente papeles subordinados; no hay sacerdotisas católicas, ni “obispas” ni papa femenina [¿mama?], sino sólo monjas. La iglesia anglicana (de Inglaterra), cristiana como la católica, nombró a la primera sacerdotisa apenas en el año de 1994 y a la primera mujer obispo apenas en 2015. Hasta el año 2020, las mujeres musulmanas sólo podían peregrinar a La Meca en compañía de un hombre: su esposo, guardián o tutor; desde 2021, se permite que entren varias mujeres en grupo, pero nunca una mujer sola. Las mujeres judías, aunque tienen un espacio reservado para ellas frente al Muro de las Lamentaciones (el lugar más sagrado de Israel), separado del espacio para los hombres, tienen ellas prohibido leer la Torá frente al Muro y no pueden ni siquiera tocar el libro sagrado cuando están allí.
Las mujeres refuerzan lazos sociales por vía del rito, pero es la misma sociedad la que le prohíbe, niega, lacera. No hay equidad pese a todo. ¿Acaso es necesario conmemorar un día como el 8 de marzo para reconocer las desigualdades de hecho, contrastantes con la igualdad de derecho, y consiguientemente exigir el respeto a los derechos femeninos? Es necesario respetar nuestras diferencias y, simultáneamente, reconocernos iguales en derecho.
Sin negar los graves problemas de misoginia, machismo y violencia contra las mujeres que hay en todas las regiones de México, en las diversas clases socioeconómicas y entre todos los grupos étnicos en el país, cabe reparar en el hecho de que, entre los pueblos indígenas de nuestro país, como entre otros pueblos indígenas de América y de otros continentes, al contrario de lo que ocurre con las religiones mundiales predominantes, las mujeres suelen desempeñar oficios rituales como parte de las ceremonias comunitarias. Muchas prácticas rituales indígenas pueden dirigirlas tanto ritualistas hombres como ritualistas mujeres. A veces ocurre que la presencia de ritualistas de ambos sexos es necesaria, dada la división sexual del trabajo que distingue también el trabajo ritual femenino del trabajo ritual masculino, en el que ambas esferas de práctica son necesarias, reunidas, para lograr la esperada eficacia del rito. En este terreno de las relaciones de género, los mestizos tenemos mucho que aprender de los pueblos originarios.
En otros terrenos, pero también rituales, hay que reconocer la inserción de las mujeres jóvenes en ciertas prácticas que en años pasados les estaban vetadas. Tal es el caso de las danzas. Si bien las mujeres siempre habían sido partícipes de una u otra forma, ya fuera elaborando las indumentarias, preparando la comida ritual, acompañando a los hijos o hermanos en los ensayos, entre otras, ahora observamos un cambio en los roles generacional y de género. Hoy, ellas participan no sólo como respuesta a la ausencia de los varones. Bailan por decisión y convicción propias. Ellas están generando nuevos procesos culturales a través de los ritos dancísticos. Y de nueva cuenta, pese a que hay lugares en los que son ellas quienes a través de su ejecución kinética mantienen esos ritos, es la misma sociedad la que, en ocasiones, les niega espacios o incluso condiciones adecuadas de vida. Sirva entonces esta pequeña nota para reconocer el papel de las mujeres ritualistas, y en específico, para recordar a María Rita Torres Mérida, la Voladora de Huauchinango que ha volado alto.
Descanse en paz, la joven voladora.
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