Opinión
¿Qué esperar de la escuela?
Continuando lo iniciado en mi colaboración de la semana pasada, en la que me cuestionaba si la escuela era importante, y que cerraba aseverando: “Finalmente, diré, que la escuela es brutalmente importante, pues al formar parte del sistema educativo nacional es pieza fundamental de lo que la sociedad es y puede ser”; en esta ocasión lanzo la interrogante: ¿Qué esperar de la escuela?, refiriéndola como organización representante de la institucionalización de la educación de la población de una determinada sociedad. La pregunta -contra lo que pudiera parecer-, es compleja y requiere de análisis y reflexión profunda. En esta ocasión expondré algunas consideraciones al respecto, sin la pretensión de establecer una respuesta absoluta y que contemple todas las aristas.
En una revisión rápida de posibles fuentes de respuesta, podemos partir desde pedirle la instrucción de quienes acuden a ellas hasta la de formarles en valores con sus matices, el mencionado es un margen bastante amplio, que con el tiempo se ha ido complejizando, y que para quienes esperan eso de la escuela, resulta conveniente y hasta lógico, pero que para profesores y otras figuras educativas, raya en lo imposible. Guardarlos, cuidarlos, alimentarlos, procurar su salud emocional, proporcionarles afecto, formarlos en valores… son algunas de las peticiones que la sociedad actual formula a la escuela, y con ello, a quienes formar parte de ella.
¿Lo anterior es razonable? A pesar de que es una necesidad social, dado el deterioro o modificación de otras instituciones como la familia, no resulta aceptable que, como respuesta, se modifique la institución educativa para cubrir esas fisuras sociales. Un ejemplo de lo que aquí se plantea es el fundamento de la defensa más sentida popularmente de las escuelas de tiempo completo, centrando la defensa en cuestionamientos como ¿quién los alimentará? ¿Quién los cuidará mientras los padres y otros miembros de la familia trabajan? Esto plantea exigencias ajenas a la naturaleza de la escuela y oculta o relega a segundo plano la esencia de su sentido educativo.
¿Quién los alimentará o cuidará? Pues para eso existen otras instancias, que lo hagan aquellas; la escuela, así como las diferentes figuras que ahí actúan, deben concentrarse en la tarea de promover el acceso de la población al conocimiento. Conocimiento, que retomando el pensamiento del sociólogo argentino Emilio Tenti, adjetivaré como “poderoso” y que lo es, pues tanto permite al estudiante comprender las realidades que le rodean e integrarse a ellas, de manera participativa y crítica, así como orientar esfuerzos a transformarlas, persiguiendo el beneficio social.
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Distingo la escolaridad de la educación, que implica la inclusión de conocimientos como las matemáticas, la física, la lectura, la escritura y otras formas de expresión del pensamiento, entre otras; sí, me refiero a contenidos, pues contra lo que algunos piensan, considero fundamental trabajarlos en la escuela.
Esa obsesión transexenal de alcanzar la cobertura del 100 por ciento en servicios educativos de todos los niveles escolares, debe estar complementado con la pretensión de que aquellos que acceden a la escuela tengan acceso al conocimiento, ese que les permitirá desarrollar una ciudadanía deliberativa y participativa.
Me atrevería a señalar la necesidad de recuperar los sentidos esenciales de la escuela, para centrar su trabajo en estos, de esta forma, estaríamos en posibilidad de saber qué esperar de la escuela.
No puedo dejar de señalar, que el cierre de pinza, una vez recuperados los esenciales de la escuela, lo representa una política educativa, que, como eje determinante, defina la formación inicial de los profesores. Colocados al centro, los profesores, estarían en posibilidad de desempeñar con mejores elementos, su papel de factor transversal que hace posible un curriculum.
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