Opinión
Libertad, corresponsabilidad e interdependencia global
En este planeta, todos dependemos el uno del otro, y nada de lo que hagamos o dejemos de hacer es ajeno al destino de los demás. Desde el punto de vista ético, eso nos hace a todos responsables por cada uno de nosotros. La responsabilidad “está ahí”, firmemente colocada en su lugar por la red de interdependencia global, reconozcamos o no su presencia, la asumamos o no.
Zygmunt Bauman. La sociedad sitiada. p. 28.
Resulta muy común escuchar la frase: “mi libertad termina donde empieza la del otro”, que implica como conclusión también que nuestra responsabilidad es individual y tiene que ver con nuestras acciones personales, con lo cual, éticamente podemos actuar como sea, siempre y cuando no afectemos a los demás.
Esta visión ética es muy consistente con los tiempos ególatras que vivimos, en los que se nos presenta una idea de felicidad individualista y competitiva en la que el otro se ha ido difuminando en relación directamente proporcional con la meta que nos vende la sociedad de hoy que es la de buscar nuestros sueños y seguir lo que nos apasiona, sin importar los medios para conseguirlo.
En esta perspectiva de la vida, propia de la emergencia moderna de un sujeto individual fuerte y en rebeldía contra cualquier obstáculo que se cruce en el camino, de ese ideal de vida ligado a lo que los profesionales de la ética como Adela Cortina llaman los bienes externos de la profesión -que pueden obtenerse sin necesidad de ser profesionales de alguna disciplina- y que son principalmente el dinero, el poder y el prestigio o la fama, nacen y crecen nuestros niños, los ciudadanos del futuro.
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Como consecuencia de ello, hoy todo el mundo aspira a dedicarse a alguna actividad que exija poco esfuerzo, que genere mucho dinero, que brinde poder o influencia social y que le haga brillar individualmente, aunque sea de forma efímera en eso que llaman “los cinco minutos de fama”.
Estas aspiraciones que se cultivan a partir de la creación de necesidades falsas y de terror al anonimato, a la vida austera y a “ser uno del montón”, son producto de ilusiones que idealizan ciertas formas de vida cómoda y lujosa, presentando modelos de deportistas, artistas, influencers, etc. que se exhiben como si fuesen deseables y posibles para todos, aunque en realidad sean necesariamente excepciones de un sistema que precisamente por sus fundamentos individualistas y competitivos resulta necesariamente excluyente.
Pocos parecen reparar en que esas personas que se nos exhiben en los medios y en las redes sociales como maniquíes en un aparador lleno de luces y colores presumiendo que han cumplido sus sueños o hecho realidad su pasión en la vida, son en realidad instrumentos de ese sistema mundo en decadencia y resultan utilizados mientras sirven y generan ganancias económicas o de legitimidad a los poderes fácticos pero son desechados en cuando dejan de ser rentables.
Es entonces cuando viene la resaca que produce la caída en la popularidad, en los ingresos y propiedades y en la capacidad de influir en el medio social. Es el momento en que se presenta la soledad y se refleja en el espejo la realidad muchas veces triste y vacía de una vida sin contenido y sin sentido, de una vida construida al margen de los otros y que por eso mismo, los margina del afecto genuino, del amor verdadero, de la solidaridad auténtica.
Todo esto se puede ver a nivel individual en muchas estrellas que brillan en el arte, el deporte, la política y otros campos por un tiempo y se apagan luego, pasando al anonimato y saliendo de ese escenario lleno de reflectores, música grandilocuente y efectos especiales, teniendo que enfrentarse a su propia realidad como seres humanos frágiles y vulnerables como cualquiera de nosotros, las personas normales, las que nos ubicamos en la parte central de la curva estadística.
Pero el efecto más grave de este modelo individualista de la libertad y la responsabilidad, de esta visión de la ética que se circunscribe al yo y a sus propios sueños y pasiones, muchas veces carentes de profundidad y sentido, está en el nivel sistémico.
En efecto, vivimos en un sistema mundo en decadencia precisamente porque ha sobrevalorado al individuo y su libertad, limitando su responsabilidad a sus acciones individuales mientras no afecten a los demás, sin caer en la cuenta que toda acción u omisión individual, que cualquier decisión que tomamos va a afectar siempre para bien o para mal a los otros y a la convivencia social y las instituciones que la regulan.
Porque como dice Bauman en el epígrafe de hoy, en esta tierra todos dependemos de todos y nada de lo que hagamos o dejemos de hacer puede estar al margen del destino de los demás. Desde el punto de vista ético, mi libertad no termina donde empieza la del otro sino que está inevitablemente entretejida con la del otro, por lo que todos somos corresponsables del destino de los demás, de la sociedad en la que vivimos y del mundo que habitamos.
Como afirma el creador del concepto de la modernidad líquida para analizar y explicar a la sociedad de este cambio de época, la responsabilidad “está ahí” y no es una responsabilidad meramente individual, sino que está ubicada en una red de interdependencia global que nos liga al destino de la humanidad toda.
Nuestras decisiones y acciones forman parte de lo que Morin denomina la ecología de la acción, porque una vez tomadas y realizadas entran a un entramado en el que influyen y son influidas por las decisiones y acciones de los demás, sean individuos, comunidades, organizaciones o gobiernos, llegando a quedar fuera de nuestro alcance en sus efectos positivos o negativos para el conjunto de seres humanos que habitan y que habitarán esta Tierra-patria en el presente y en el futuro.
Los resultados de la visión individualista de la libertad, la responsabilidad y la ética están a la vista: un mundo en acelerado deterioro ambiental, marcado por la pobreza de muchos millones de seres humanos y la opulencia de una minoría, caracterizado por la violencia, la exclusión, el racismo, el machismo, el etnocentrismo, la competencia descarnada y la falta de comprensión entre personas, comunidades y naciones.
Resulta por ello urgente un cambio en la visión ética que conciba esta interdependencia global y esta corresponsabilidad de todos para con todos que requiere de empatía, comprensión intersubjetiva, diálogo intercultural e interreligioso, instituciones políticas y económicas globales con voluntad y poder real para incidir en el cambio de estructuras y de cultura.
La educación y los educadores tenemos una tarea urgente y prioritaria en este cambio en el que formemos ciudadanos globales, críticos, creativos, proactivos y corresponsables del destino de toda la humanidad, que es hoy, como dice Morin, un imperativo ético fundamental.
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