Opinión
Los impactos esperados del cambio climático en Puebla
En entrevistas recientes me han preguntado a qué se debe que Puebla esté atravesando por días de tanto calor. La respuesta es que probablemente estemos sufriendo las condiciones asociadas al cambio climático. En cualquier caso, estos aumentos en la temperatura nos afectan a nivel individual y colectivo, y también afecta a los ecosistemas. Solo acciones contundentes, individuales y colectivas, pueden ayudarnos a salir adelante.
Dos de los fenómenos asociados al cambio climático son el aumento en las temperaturas y la reducción en precipitaciones o lluvia. Puebla padece ambos. Según la Estrategia Estatal de Cambio Climático 2021-2030 recientemente publicada por la SMADSOT en abril de este año, la temperatura media anual en Puebla entre 1981 y 2010, fue de 17.8°C, y la tendencia es que ésta se incremente en 0.04°C por año. Sin embargo, el incremento 2020 fue de +1.3°C y en 2019 de +1.2°C, ambas muy por arriba de lo esperado.
En cuanto a la lluvia, la precipitación anual acumulada entre 1981 y 2010 fue de 1,365 mm. En la Estrategia antes citada, se reporta que la precipitación anual acumulada se ha reducido 1.7 mm por año. En 2019 se reporta un decremento de -366.9 mm. Otro cambio asociado a las lluvias es que la temporada ha cambiado. En general las lluvias empezaban en marzo, pero en 2020, por ejemplo, no fue sino hasta mayo.
Dos puntos deben quedarnos claros. El primero es que estas variaciones en temperatura y en precipitación están explicadas en gran parte por nuestras acciones. Y el segundo, que urge cambiar nuestro estilo de vida para reducir los efectos futuros del cambio climático. Por ahora no queda más que enfrentarnos a lo que hemos provocado y rectificar nuestras acciones. Por ejemplo, las afectaciones esperadas por este aumento en temperatura y reducción en precipitación se dan, entre muchos otros sectores, en el agropecuario y en la salud. Concentrémonos por el momento en estos dos aspectos y en sus implicaciones sociales.
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El sector agropecuario se ha visto afectado por aumentos en temperatura desde hace años. Rodríguez et al (2014) documentaron que en Teziutlán se había desfasado ya en un mes el periodo de lluvia y la temperatura había aumentado causando pérdidas económicas al sector y pérdidas humanas por las inundaciones. Estas condiciones también han afectado la producción agropecuaria en otros puntos del estado, en particular a la agricultura de temporal. La producción de maíz se ha visto especialmente afectada y las zonas aptas para su cultivo de han reducido. El impacto social de esto será enorme dado que el maíz es un cultivo de consumo básico y que mucha de la producción es para el autoconsumo de los más pobres del país. Esto implicará, sin ambigüedad a dudas, su mayor empobrecimiento y vulnerabilidad ante el cambio climático.
En cuanto a la salud, un impacto reportado en el estudio por Sierra et al (2019), muestra que las condiciones climáticas del Altiplano Central donde se encuentra Puebla, han favorecido la presencia del dengue, una enfermedad endémica de zonas cálido-húmedas. Otras enfermedades también podrían estar migrando hacia la entidad por las nuevas condiciones climáticas.
Las proyecciones no son halagadoras. Según diversos estudios y la propia Estrategia Estatal de Cambio Climático, se espera que para el 2050 la temperatura siga aumentando y la precipitación se reduzca. Esto a su vez disminuirá los escurrimientos hacia los ríos y hacia los mantos acuíferos, y con ello la disponibilidad de agua tanto para los ecosistemas como para consumo humano y de actividades económicas.
Qué nos queda por hacer es la pregunta que debemos plantearnos. Por una parte, debemos estar conscientes que este problema del cambio climático está estrechamente asociado a nuestras actividades, entre ellas el uso de combustible para transportarnos y la generación de electricidad. Urge pensar a nivel individual y como familias, comunidades y sociedad maneras concretas de reducir nuestro consumo de energía. También se deben instrumentar otras formas de generación de energía que sean realmente limpias en cuanto a que no emitan gases de efecto invernadero (GEI). La otra forma en que contribuimos al cambio climático es mediante las emisiones de la ganadería y la deforestación. Debemos cuestionarnos qué comemos y cómo podemos modificarlo para generar menos GEI. También debemos revisar programas gubernamentales que contribuyen de manera importante a la deforestación y reestructurarlos.
A nivel municipal, estatal y federal, urgen acciones de reducción de estas emisiones y de adaptación sobre todo para los más vulnerables, que son quienes padecerán en mayor medida la falta de alimentos y sus altos precios, las enfermedades como el dengue y la falta de agua, así como otros daños por los eventos meteorológicos extremos.
El problema es avasallador. No sólo nuestras acciones individuales y la elaboración de estudios y diagnósticos van a resolverlo. Se necesitan acciones concretas por parte de los tres órdenes de gobierno, mediante la emisión de reglamentos a las leyes que ya existen y programas con reglas de operación y presupuesto garantizado, que nos permitirán sortear los efectos del cambio climático que ya no esperamos, sino que estamos viviendo en todo el estado de Puebla.
La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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