Tras choques en la frontera, cada vez más renuncian al sueño americano

Por La Jornada | Martes, Noviembre 27, 2018

Blanche Petrich/La Jornada

Amanece en el centro deportivo de la zona norte tijuanense –región de narcomenudeo y picaderos, para nadie es un secreto– con el ánimo pesado y bajo la sombra de una apretada valla de policías federales y militares que estrecha cada vez más el control en lo que se ha convertido un virtual campamento de refugiados, aunque nadie, y menos el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), quiera darle ese nombre.

Abrumados por las consecuencias que puedan acarrear los hechos del domingo, cuando un grupo de desplazados del éxodo centroamericano intentó entrar ilegalmente a territorio estadunidense, muchas familias de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, que se esforzaron hasta lo indecible por llegar aquí, empiezan a comprender que el sueño ha terminado.

Hay un desánimo palpable. Las raciones de alimentos son cada vez más esporádicas, más escasas. El olor delata desde lejos las condiciones de insalubridad. Y la animadversión del entorno tijuanense antinmigrante empieza a hacer mella en el corazón: ¿Por qué nos tratan como animalitos, como arrimados? Si lo único que queremos es trabajar, una vida mejor para nuestros hijos. Los hondureños no tenemos un país donde se pueda vivir, pero valemos lo mismo que cualquiera. Así resume el sentir de muchos Yolanda Ramírez, del departamento de Colón.

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