Una nueva mutación panista

Por Proceso | Domingo, Septiembre 23, 2018

Todo indica que la elección de una nueva dirigencia nacional del PAN, el próximo 11 de noviembre, será mucho más que eso, pues significará la consolidación en los mandos blanquiazules de un grupo cuyos valores, principios y objetivos partidistas nada tienen que ver con los tradicionales de ese partido.

Ciertamente no es la primera mutación del PAN desde que fue fundado, en septiembre de 1939, por Manuel Gómez Morín, pues se vivió una primera sacudida en la sucesión presidencial de 1976, cuando no lograron postular candidato a la Presidencia, por un choque entre los panistas tradicionales y los impulsados por el grupo empresarial regiomontano. A raíz de este enfrentamiento, un número importante de los primeros abandonaron su militancia blanquiazul, y la estatización bancaria en 1982 impulsó la incorporación de empresarios a sus filas.

En 1988, seis años después, el PAN postuló como su candidato presidencial a Manuel de Jesús Clouthier, un empresario sinaloense que había encabezado la oposición a las expropiaciones agrarias del gobierno en los últimos meses del sexenio de Luis Echeverría y que en 1978 sería presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana. Su candidatura inyectó un nuevo dinamismo a la vida del blanquiazul, a sus campañas electorales y condujo a la elección presidencial fraudulenta en la era del PRI.

El sexenio salinista marcó el inicio de los triunfos panistas en las gubernaturas de los estados con la llegada de Ernesto Ruffo Appel a Baja California en 1989, de Carlos Medina Plascencia a Guanajuato en 1991 –aunque ésta no haya sido por la vía electoral, sino por la llamada concertacesión– y de Francisco Barrio a Chihuahua en 1993. Los tres, de origen empresarial.

En noviembre de 1999 Vicente Fox Quesada, también de origen empresarial, logró la postulación panista a la Presidencia de la República, y el 2 de julio de 2000 obtuvo el triunfo en las elecciones presidenciales y se consumó la primera alternancia el 1 de diciembre de 2000.

Luis H. Álvarez, quien presidió al PAN de 1987 a 1993, precisamente cuando el blanquiazul comenzó a ganar gubernaturas, decía que “había que ganar el poder sin perder al partido”, refiriéndose a la importancia de mantenerse fieles a sus principios también en el ejercicio del gobierno. Sin embargo, particularmente el triunfo en la Presidencia y la posibilidad real de ganar posiciones electorales catapultó el ingreso a las filas blanquiazules de expriistas y jóvenes de origen diverso que veían el poder como un fin en sí mismo y miraban a Acción Nacional como el medio ideal para lograrlo.

Ese es precisamente el origen de los líderes de los dos grupos que hoy se alían para quedarse con la dirigencia nacional del PAN: Rafael Moreno Valle y Ricardo Anaya (aunque hoy se especule sí Marko Cortés lo traicionó o no, la realidad es que el grupo político que está haciendo alianza con el exgobernador poblano es el que él formó para apoderarse primero del partido y posteriormente de la candidatura presidencial).

Se trata de políticos totalmente pragmáticos e inescrupulosos, motivados por sus proyectos personales y sin compromiso alguno con el partido y sus documentos básicos.

Este tránsito no fue automático. Estuvo precedido por las intromisiones desde Los Pinos durante los dos sexenios panistas; las imposiciones de dirigentes nacionales de Marta Sahagún y Santiago Creel, en la persona de Manuel Espino en 2005; y, posteriormente, de Germán Martínez y César Nava, por parte de Felipe Calderón; hasta que en diciembre de 2010 Gustavo Madero derrotó a Roberto Gil en la elección de la dirigencia nacional.

Madero fue el impulsor de Anaya y recientemente declaró en entrevista con Proceso (2184): “Yo hice todo de buena fe, apoyando a una persona que le veía mucho talento pero que al final equivocó el proyecto en sí mismo. Él no era el proyecto, él era un instrumento, el mejor que teníamos… Me equivoqué porque, al final de cuentas, no representó un proyecto plural e incluyente, sino uno singular”.

Todos estos precedentes abren la puerta para que hoy Moreno Valle y el grupo de Anaya, junto con 11 de los 12 gobernadores blanquiazules, decidan impulsar la fórmula de Marko Cortés y Héctor Larios para ocupar la dirigencia nacional en el periodo 2018-2021. Los dos grupos tienen el control de la estructura partidaria y difícilmente perderán la elección

Por ello no es ninguna casualidad que Ruffo Appel y Manuel Gómez Morín, impulsados por grupos de panistas tradicionales, ya estén quejándose de las maniobras cupulares de Cortés y Larios y los grupos que los impulsan.

El expresidente Calderón, tras conocerse el acuerdo, señaló que el triunfo de Cortés y Larios “será el fin del PAN” y, efectivamente, si ellos ganan será el fin de una de las épocas de Acción Nacional (2000-2018) en la que convivieron el panismo tradicional (movido principalmente por principios e ideales), los empresarios metidos a políticos (alentados por la defensa de sus intereses) y los arribistas (expriistas y jóvenes políticos que ven al partido como un instrumento para lograr sus objetivos personales).

Estos últimos tomarán en sus manos el partido y actuarán en consecuencia; es decir, dejarán en un segundo plano los principios e ideales de los fundadores del PAN y los posicionamientos ideológicos, para adoptar convenientemente las posiciones que más les puedan redituar electoralmente en las diversas coyunturas.

En este sentido, dado que hoy son gobierno en 12 estados y primera minoría en las dos cámaras del Congreso, harán uso de esa fuerza para encabezar la oposición al primer gobierno federal con mayoría legislativa en el presente milenio. Los cuestionamientos al futuro gobierno serán constantes y difícilmente se verán acuerdos en temas controvertidos, pues buscarán diferenciarse.

Tendrán tiempo para intentar recuperarse de la debacle electoral de 2018, pues en 2019 únicamente se renovará la gubernatura de Baja California, que ha sido el bastión blanquiazul más longevo (desde 1989); y la gran prueba será en 2021, cuando se elegirán 13 gobernadores y 500 diputados federales.

Sin embargo, los opositores a esta nueva dirigencia no tendrán el mismo tiempo para decidir su futuro, pues si optan por crear un nuevo partido político (como ya se especula en el caso de Margarita Zavala) tienen que notificarlo al Instituto Nacional Electoral en enero del próximo año, así que tendrán poco más de dos meses para decidirse.

El tsunami electoral del pasado 1 de julio destruyó el cártel de partidos (PRI-PAN-PRD), casi acabó con el PRD y debilitó severamente al PAN y al PRI, provocará cambios trascendentes en la vida interna de estos dos y da origen a un nuevo sistema de partidos políticos en México.