AMLO, ¿un presidente con suerte?

Por Milenio | Domingo, Octubre 7, 2018

JUEGO DE ESPEJOS Por: Federico Berrueto 

 

En el resultado positivo de las cosas, el cronista e historiador florentino Nicolás Maquiavelo remitía a la mitad suerte y la otra a la virtud del príncipe. Las proporciones quizá no sean exactas, lo que sí es cierto es que las cosas no resultan bien si lo fortuito no se hace presente de manera venturosa. Sucede en todos los menesteres, más en el de la política y mucho más en el del ejercicio del poder. En perspectiva, los grandes son los que se sobreponen a la adversidad; los menores, aquellos que ni con las condiciones a favor pueden ofrecer buenas cuentas. Uno de los presidentes más afortunados fue Vicente Fox.

El país y el mundo apuntaban a la apertura y él capitalizó lo que venía desde antes; en campaña tuvo la suerte de tener un adversario que no entendía los nuevos tiempos y él la virtud de comprenderlos y actuar en consecuencia.

 

Fue mejor candidato que presidente; su mérito fue la derrota del PRI; su mayor dificultad, que el PRI perdió la Presidencia no el poder. Desde el Congreso se obstruyó la transición.

Fox no tuvo la virtud de ver en los gobernadores tricolores sus aliados, prefirió a Madrazo y socios en el Congreso, lo peor, lo más perverso.

 

Calderón no fue tan afortunado. A diferencia de su antecesor, su elección fue accidentada y el que se resolviera por estrecha diferencia dio lugar a la duda. El PRI y Madrazo avalaron el resultado; un calculado movimiento para continuar usufructuando el poder desde la oposición. Por oportunismo, ahora Madrazo dice que López Obrador sí ganó, como también el 1 de julio anunció que votaría por Andrés Manuel. No es un tema de convicciones, simple y llanamente es un intento de acomodarse en un carro con todos los asientos ocupados, al menos para él. Calderón, al igual que Fox, transitó por camino minado.

 

Hasta la influenza le jugó rudo, por no decir el deterioro de la paz social por la inseguridad. Parte de los problemas vienen del exterior y de quien gobierne Estados Unidos. En este sentido Clinton y Bush fueron más que amigos. Obama mantuvo distancia y en el tema migratorio, aunque luchó por un cambio en la materia, su gobierno fue más severo que sus antecesores en la expulsión de los ilegales. Trump ha sido una pesadilla y no pocos en el PRI piensan qué habría sucedido el 1 de julio si Peña Nieto no hubiera recibido a Trump como candidato.

 

López Obrador parece ser un presidente con suerte. La firma del acuerdo con Estados Unidos y Canadá, a pesar de sus limitaciones le da un oportuno y generoso espacio de certeza. También la fortuna le sonríe por el entorno de descrédito que existe no solo del gobierno actual y su partido, sino de buena parte del statu quo.

 

Trump podrá continuar con su retórica antimexicana, pero con el acuerdo mencionado los capitales fluirán y el nuevo gobierno tiene la mesa puesta si es que hubiera virtud, esto es, que se entendiera y actuara en consecuencia respecto a los nuevos términos del mundo global y sus expresiones financieras, comerciales, tecnológicas y económicas.

 

Hasta en materia energética las cosas parecen favorecer a López Obrador, en particular si repuntaran los precios internacionales del petróleo, al igual que sucedió con Fox, aunque aquél decidió aumentar el gasto corriente y compartirlo con los gobiernos estatales.

 

 

 

Queda claro que en materia económica la suerte es importante, no así en los temas de seguridad y lucha contra la corrupción. Si bien es cierto que el deterioro heredado le da al nuevo gobierno margen de maniobra y hasta justificación para la posposición de algunos de los compromisos, también es cierto que muchos esperan cambios de manera inmediata. López Obrador será muy vulnerable con cualquier escándalo que revele que la corrupción persiste; además, la gente quiere que las cosas empiecen a cambiar en seguridad. La austeridad con cuchillo de carnicero mostrará pronto sus consecuencias.

 

La expectativa es del mismo tamaño que el del desencanto. La paciencia tiene límites, aunque es cierto que el nuevo gobierno contará con un amplio y sólido sector de simpatizantes, entre 25 y 30 por ciento. Eso es mucho considerando que el actual gobierno cuenta con 15 por ciento.

López Obrador requerirá de incentivos emocionales para su base de creyentes. El discurso ayuda, pero en el gobierno son las acciones las que definen. La economía, aún en el mejor de los escenarios no da para atender lo comprometido. De allí que lo que se espera es intransigencia contra la corrupción y una elevada apuesta de que con las nuevas y confusas medidas habrán de ceder las atroces cifras y noticias de la criminalidad.

Fortuna y virtud, dos planos que resolverán el destino del nuevo gobierno.