El narcotráfico en tres tiempos

Por Eje Central | Domingo, Septiembre 17, 2017

AYUDA DE MEMORIA Por: Raymundo Riva Palacio 

 

1ER TIEMPO: Cuando los colombianos dejaron de pagar. Una mañana en febrero de 1995, un tribunal en El Paso encontró que Alberto Ochoa era inocente de cuatro acusaciones por tráfico de droga. Ochoa, quien pertenecía a una organización criminal colombiana que llevaba el nombre de su familia, había llegado una década antes a México para coordinar el trasiego de cocaína procedente de Colombia con los cárteles mexicanos. Los Ochoa habían sido socios de Pablo Escobar, quien fue abatido por el Bloque de Búsqueda colombiano en 1993, pero habían mantenido la relación con los mexicanos, en particular con quien era el jefe hegemónico de las organizaciones criminales mexicanas, Amado Carrillo, El Señor de los Cielos. Alberto Ochoa era amigo de Carrillo, pero cuando fue puesto en libertad en Texas, sus abogados le recomendaron que no fuera a Ciudad Juárez, donde sabían que Carrillo quería asesinarlo. No les hizo caso. Tan pronto como cruzó la frontera, Ochoa y su abogado Gustavo Tarazón fueron interceptados por policías federales que les pidieron que se subieran a una camioneta Suburban. Nunca más se supo de ellos. Interrogada por la policía, la esposa de Ochoa dijo poco después que la policía se los había entregado a El Señor de los Cielos. Su desaparición, que golpeó a la sociedad criminal en Colombia, fue vista, de acuerdo con los periódicos bogotanos de la época, como el final del control de los cárteles colombianos sobre el mercado de la cocaína en México.

 

Tras esa desaparición que le inyectó una fuerza que nadie creía antes del crimen de Ochoa, Carrillo pactó con los cárteles colombianos que estaban debilitándose –en 1993, el de Medellín con la caída de Escobar y el epílogo del Cártel de Cali, sin que el naciente Cártel del Valle del Norte pudiera tomar su lugar– que ya no sólo le pagaron el trasiego de cocaína con dinero, como había sido hasta entonces, sino con especie. Carrillo veía en lo que se estaba convirtiendo el apetitoso mercado en Estados Unidos, y abrió otros que antes eran exclusivos de los colombianos en Chicago, Atlanta y el norte de la costa del Pacífico. Empresarialmente tenía razón. Las ganancias del Cártel de Juárez le permitieron armar una flotilla de aviones 727 y los monstruos de la época, el DC10. Por México cruzaba el 90% de la cocaína colombiana a Estados Unidos, y el 70% de todo, a través de Ciudad Juárez. Ese cambio en las reglas del mercado, también cambió al narcotráfico en México, donde para colocar los inventarios, se crearon las plazas, los territorios y un mercado de consumo nacional que, hasta entonces, no existía.

 

2DO TIEMPO: La guerra de los cárteles. 

Cuando los cárteles colombianos comenzaron a pagar parte del trasiego de cocaína a Estados Unidos, en especie, Amado Carrillo distribuyó las plazas a sus lugartenientes o a quienes ya había sometido. Era el gran capo del narcotráfico en México, famoso por la flota de aviones para transportar droga, de donde vino su mote de El Señor de los Cielos, pero que se convirtió rápidamente en un problema. Era la marca del narco en México pero, al mismo tiempo, el jefe del negocio. Los dos no caben en el mismo cuarto. La marca estaba afectando al negocio y en 1997, en una operación de cirugía plástica para cambiarle la cara y el cuerpo, en un hospital de Polanco en la Ciudad de México, pero no sobrevivió. Las organizaciones criminales se reorganizaron y pudieron incrementar su negocio, remplazando a los colombianos en el mercado de Estados Unidos y extendiéndose por toda la Unión Americana.

 

Muerto Carrillo, los sinaloenses que no emigraron como El Señor de los Cielos, se quedaron al frente de la organización, que se estructuró como una Federación de cárteles donde los únicos no asociados eran el Cártel del Golfo y Los Zetas, sus enemigos. La responsabilidad de la seguridad de los jefes de la Federación recayó en Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, mientras que a sus hermanos Arturo y Héctor les encargaron el corredor de la Ciudad de México a Acapulco para mover los precursores químicos de la pseudoefedrina, procedentes de Alemania, para fabricar las metanfetaminas, la droga que tenía locos de felicidad a todos los rednecks de Mid-America. Comenzando 2008, El Mochomo fue detenido en Hermosillo por la Policía Federal, y sus hermanos creyeron que sus socios y compadres, Ismael El Mayo Zambada y Joaquín El Chapo Guzmán lo habían delatado. Arturo Beltrán Leyva, El Jefe de Jefes, inició en marzo una guerra total contra sus viejos socios, aliándose con Los Zetas. A finales de mayo de ese año, con las direcciones de los jefes de la Federación que tenía El Mochomo, asesinó a casi un centenar de ellos y sus familias, con lo que el narcotráfico en México, por segunda vez en poco más de una década, sufrió su segunda gran transformación.

 

3ER. TIEMPO: El error de no combatirlos. 

La guerra de guerras entre los cárteles de la droga en 2008 y 2009, no fue resultado sólo de un conflicto interno entre los sinaloenses.

Al iniciar la lucha frontal contra el crimen organizado a finales de 2006, el presidente Felipe Calderón había modificado los términos del combate al cambiar los incentivos. Hasta ese entonces, el incentivo que proporcionaban los gobiernos priistas y el panista de Vicente Fox, a través de la administración del fenómeno, se basaba en que a cambio de mantener la violencia fuera de las zonas donde la población tenía acceso a tribunas y medios de comunicación que pudieran generar presiones políticas, los criminales podían continuar con su negocio. Cómo dijo un alto exfuncionario a quien presumía mensajero de un cártel: “Nada de violencia en la calle, y si hacen su negocio en mis narices, los meto a la cárcel”. Esta política de incentivos había llevado a los cárteles de la droga a repartirse territorios y rutas de distribución hasta que con la llegada de Calderón se volvió una guerra total contra todos. El incentivo de pactar entre cárteles y no pelearse entre ellos para evitar la fuerza del Estado, se transformó en acabar con el cártel rival antes de que el enemigo acabara con ellos y con más rapidez para reagruparse y reclutar matones que la del gobierno para eliminarlos. Esa estrategia llevaba a una espiral de gran violencia que alcanzó su cima en mayo de 2011 y comenzó a bajar.

 

Esa tendencia fue la que recibió el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, cuyo secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, mal asesoró: la violencia era porque se combatía a los cárteles; si los dejaban de combatir, la violencia desaparecería. Durante los primeros ocho meses de la administración de Peña Nieto eso hicieron. Los cárteles quedaron exentos del combate y fueron libres de hacer lo que quisieran. En 2015, la estrategia peñista se estrelló contra la realidad y la violencia empezó una vez más a escalar. Como ahora. En cinco años de gobierno peñista, hay 10 mil homicidios dolosos más que en el sexenio de Felipe Calderón. A este ritmo, llegarán a 100 mil muertos al finalizar 2018, con lo que se escribirá un capítulo más de esta guerra de nunca acabar.