Castañeda cambió de bando y ahora es asesor de Maldonado

Por Status | Lunes, Septiembre 29, 2014

No se equivocó el subsecretario de Gobernación federal, Luis Miranda, cuando a mediados del año pasado decidió correr a Manuel Castañeda Rodríguez como delegado de la dependencia en Puebla.

El motivo real que justificó la decisión, fue la extraña cercanía que este individuo mostró con el círculo más íntimo del morenovallismo, al grado de que sus prioridades como funcionario cambiaron de tal manera, que la defensa de los intereses del gobierno estatal se convirtió en la principal.

El tiempo les dio la razón a quienes etiquetaron a Castañeda como “traidor” al gobierno de Enrique Peña Nieto.

Y es que, desde su despido, el ex funcionario federal se ha convertido en uno de los principales asesores —“off the record”— del Secretario General de Gobierno, Luis Maldonado Venegas.

Aunque Castañeda, según el portal de Transparencia del gobierno estatal, no aparece formalmente en el directorio de la SGG ni tiene de manera oficial un sueldo asignado como funcionario público estatal, es hoy uno de los personajes de mayor cercanía a quien cobra como “jefe de gabinete” y sus decisiones tienen un peso específico real.

Juran los enterados que inclusive jugó un papel importante en el manejo de la crisis desatada a partir del caso Chalchihuapan, definiendo en buena medida el actuar de la secretaría encargada de la gobernabilidad estatal.

¡Vaya fiasco!

¿Habrá avalado también aquella estupidez de “las piedras de gran calibre”?

De ser cierto lo anterior, el “pirateo” de Castañeda resultó en los hechos un enorme favor prestado al presidente Peña por parte del gobernador Moreno Valle.

Desde la forma en la que tomó protesta al cargo, fueron evidentes las señales de que Castañeda había caído rendido ante los encantos políticos del grupo que gobierna Puebla.

La sede del evento fue el entonces flamante Centro Integral de Servicios (CIS), inmueble propiedad del gobierno estatal, uno de los símbolos que se heredarán como íconos de la administración actual.

Ese día fue cobijado por el mismísimo Mandatario estatal y su jefe de gabinete, quienes fueron los encargados de bendecir, avalar y festejar su llegada.

La intención obvia del apapacho y posterior “absorción” de Castañeda era garantizar que el presidente Peña cumpliera el acuerdo de no intervenir electoralmente en el proceso local de mediados de 2013.

En los efímeros tres meses que duró su encargo, el supuesto amigo personal del mandatario federal dejó de jugar las cartas del gobierno que le pagaba su salario y se convirtió en un auténtico defensor de los intereses de Casa Puebla.

La comunicación Castañeda-Maldonado se volvió extrañamente frecuente, casi obsesiva.

Hasta tres llamadas en un solo día.

Los temas fueron de lo más variado: desde los estrictamente personales, hasta los siempre sospechosos acuerdos secretos en lo oscurito.

Esos que nunca fueron del conocimiento de quienes pusieron en el cargo a Castañeda.

La relación se volvió tan cercana que se hizo del conocimiento público.

Todos los que conformaban el círculo cercano de Maldonado lo sabían, gracias a que el funcionario estatal la presumía a la primera provocación:

“Me hace mucho caso”.

“Es más, hace todo lo que le digo” —afirmaba sin tapujos.

La gota que derramó el vaso, el colmo de colmos, se dio cuando Castañeda llegó a un evento público celebrado en la ciudad de México a bordo de un helicóptero Agusta, propiedad del gobierno de Puebla.

En este contexto, era únicamente cuestión de tiempo para que la historia completa llegara hasta el escritorio del subsecretario Luis Miranda.

Un documento bien redactado, sumamente detallado de las actividades de Castañeda en Puebla y sus sospechosos ya cercanos lazos con el morenovallismo fue la herramienta que detonó el desenlace fatal.